Y aunque hay algunas versiones que son más optimistas -pese a que no se trate de un optimismo que me pudiera hacer sentir orgulloso- en las que se propone vida más allá de la vida, o el retorno reencarnado a esta misma vida. Para mí -de forma muy espontánea- estas no resultaron muy convincentes.
Recuerdo lo que era antes de nacer… simplemente no existía, y no existía porque no estaba vivo. Y me resultó así obvio lo que voy a ser después de morir: nada, simplemente no voy a existir porque no voy a estar vivo. Honestamente el peso de mis propias conclusiones resultó en principio tan inevitable como insoportable -pero desde eso ya ha pasado bastante tiempo-.
¿Por qué deberíamos tener más que nuestra propia vida? Por favor… ¿Por qué no va a ser suficiente? El valor de la propia vida se juega aquí, ahora, en cada instante del estar vivo; y esta es una responsabilidad que hay que saber ejercer. Quien no es capaz de tomarlo en esta vida ¿Para que quiere otra vida? -¿Para esperar una tercera oportunidad?-. El valor de la vida se toma viviendo, no antes, no después.
Rehuir a la muerte -concluí- es la forma usual de rehuir a la vida. Porque si se puede acusar a muchos de no querer morir, estos mismos son culpables de no querer vivir. Vida y muerte no son dos extremos contrapuestos, son una sola cosa erróneamente mencionada con dos nombres. Si se vuelven a unir -confío- se puede llegar a reconocer lo que es: que estamos ‘viviendo’, y que ésa es la base de nuestra única existencia. Una vida digna de ser vivida sin especulaciones sobre territorios que no le pertenecen -ni antes, ni después-. Saber morir resultó saber estar vivo.
Imágenes desde: (1) y (5) "El Principito" / (2) "El gesto de la muerte" / (3) "Ascensión" de Rembrandt / (4) Van Gogh.